En un lugar de La Mancha, allí donde tanto bodegas como caseríos caen en en ruina, no ha mucho dista una bodega bien conservada de añejas tinajas, robustos muros y blanca tapia.
Y es que faltan calificativos para valorar en su justa medida iniciativas que recuperan del olvido este patrimonio sin más ayuda que el entusiasmo por recuperar y habitar una tradicional bodega manchega. Este es el caso que pude conocer de primera mano gracias a sus propietarios, inmersos en un lento proceso de restauración de este lugar.
Recorrer una bodega tradicional en la que el tiempo quedó parado hace décadas y el azar ha permitido que vuelva habitarse es todo un lujo. Atravesar el jaraiz, los pozos o las naves de tinajas observando los detalles que han permanecido inamovibles durante décadas es de gran interés; hasta el punto de conservarse la instalación eléctrica original y salpicaduras de mosto en las paredes.
Si los espacios interiores conservan la esencia de esa arquitectura tradicional del vino, sus espacios exteriores son un fiel reflejo de la arquitectura manchega más tradicional. Un amplio corralón empedrado flanqueado por porches, muros encalados y dinteles de madera recuerda el ir y venir de carros o galeras que llevarían la uva hasta la bodega.
Sin duda un lugar con mucho potencial y mucho que contar. Pero eso es algo que sus propietarios sabrán explicar a su debido tiempo. Quedarse con el buen sabor de boca de estas iniciativas permite descubrir que se puede dar el salto del estudio de la arquitectura popular manchega a iniciativas concretas.
Arquitectura tradicional del vino, Abril de 2014
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